DON FERNANDO en «El príncipe constante»

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Jornada II - Don Fernando, Don Enrique y el Rey.

DON FERNANDO: 
No prosigas, cesa,
cesa, Enrique, porque son
palabras indignas esas,
no de un portugués infante,
de un maestre que profesa
de Cristo la religión,
pero aun de un hombre lo fueran
vil, de un bárbaro sin luz
de la fe de Cristo eterna.
Mi hermano, que está en el cielo,
si en su testamento deja
esa cláusula, no es
para que se cumpla y lea,
sino para mostrar sólo
que mi libertad desea,
y esa se busque por otros
medios y otras conveniencias,
o apacibles o crueles.
Porque decir: «Dése a Ceuta»,
es decir: «Hasta esto, haced
prodigiosas diligencias».
Que a un rey católico y justo,
¿cómo fuera, cómo fuera
posible entregar a un moro
una ciudad que le cuesta
su sangre, pues fue el primero
que con sola una rodela
y una espada enarboló
las quinas en sus almenas?
Y esto es lo que importa menos.
Una ciudad que confiesa
católicamente a Dios,
la que ha merecido iglesias
consagradas a sus cultos
con amor y reverencia,
¿fuera católica acción,
fuera religión expresa,
fuera cristiana piedad,
fuera hazaña portuguesa
que los templos soberanos,
atlantes de las esferas,
en vez de doradas cruces
adonde el sol reverbera,
vieran otomanas luces
y que, sus lunas opuestas
en la iglesia, estos eclipses
ejecutasen tragedias?
¿Fuera bien que sus capillas
a ser establos vinieran,
sus altares a pesebres
y, cuando aqueso no fuera,
volvieran a ser mezquitas?
Aquí enmudece la lengua,
aquí me falta el aliento,
aquí me ahoga la pena,
porque en pensarlo no más
el corazón se me quiebra,
el cabello se me eriza
y todo el cuerpo me tiembla;
porque establos y pesebres
no fuera la vez primera
que hayan hospedado a Dios;
pero en ser mezquitas fueran
un epitafio, un padrón
de nuestra inmortal afrenta,
diciendo: «Aquí tuvo Dios
posada y hoy se la niegan
los cristianos para dalla
al demonio.» Aún no se cuenta
-acá moralmente hablando-
que nadie en casa se atreva
de otro a ofenderle. ¿Era justo
que entrara en su casa mesma
a ofender a Dios el vicio
y que acompañado fuera
de nosotros y nosotros
le guardáramos la puerta
y, para dejarle dentro,
a Dios echásemos fuera?
Los católicos que habitan
con sus familias y haciendas
hoy quizá prevaricaran
en la fe por no perderlas;
¿fuera bien ocasionar
nosotros la contingencia
deste pecado? Los niños
que tiernos se crían en ella,
¿fuera bueno que los moros
los cristianos inducieran
a sus costumbres y ritos
para vivir en su seta
en mísero cautiverio?
¿Fuera bueno que murieran
hoy tantas vidas por una
que no importa que se pierda?
¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre?
Si es número que acrecienta
el ser infante, ya soy
un cautivo. De nobleza
no es capaz el que es esclavo;
yo lo soy, luego ya yerra
el que infante me llamare.
Si no lo soy, ¿quién ordena
que la vida de un esclavo
en tanto precio se venda?
Morir es perder el ser;
yo le perdí en una guerra;
perdí el ser, luego morí;
morí, luego ya no es cuerda
hazaña que por un muerto
hoy tantos vivos perezcan.
Y así estos vanos poderes,
hoy divididos en piezas,
serán átomos del sol,
serán del fuego centellas.
Mas no; yo los comeré,
porque aun no quede una letra
que informe al mundo que tuvo
la lusitana nobleza
este intento. Rey, yo soy
tu esclavo; dispón, ordena
de mí; libertad no quiero
ni es posible que la tenga.
Enrique, vuelve a tu patria;
di que en África me dejas
enterrado, que mi vida
yo haré que muerte parezca.
Cristianos, Fernando es muerto;
moros, un esclavo os queda;
cautivos, un compañero
hoy se añade a vuestras penas;
cielos, un hombre restaura
vuestras divinas iglesias;
mar, un mísero con llanto
vuestras ondas acrecienta;
montes, un triste os habita
igual ya de vuestras fieras;
viento, un pobre con sus voces
os duplica las esferas;
tierra, un cadáver os labra
en las entrañas su huesa;
por que rey, hermano, moros,
cristianos, sol, luna, estrellas,
cielo, tierra, mar y viento,
montes, fieras, todos sepan
que hoy un príncipe constante
entre desdichas y penas
la fe católica ensalza,
la ley de Dios reverencia.
Pues cuando no hubiera otra
razón más que tener Ceuta
una iglesia consagrada
a la Concepción eterna
de la que es reina y señora
de los cielos y la tierra,
perdiera -¡vive ella misma!-
mil vidas en su defensa.


Calderón de la Barca

Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) fue un escritor español, conocido sobre todo por ser uno de los más importantes autores barrocos del Siglo de Oro, en especial por su teatro.





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