Acto II, Escena II - El Bastardo solo.

BASTARDO:
¡Oh mundo! ¡Torpes Reyes! ¡Torpe arreglo!
Atento Juan a conseguir que Arturo
Ceda en completo sus derechos, cede
Alegremente de los suyos parte;
Y a Francia, a quien vistióle la armadura
Su conciencia, que vino al campamento
De su fervor y lástima guiada,
Como de Dios el adalid, seduce
Ese componedor de voluntades,
Ese astuto Luzbel, ese tercero
Que las promesas todas descalabra;
Ese quebranta votos a diario,
Ese que roba todo cuanto tienen
Reyes, mendigos, jóvenes y viejos,
Y doncellas, pues si éstas tienen sólo
La palabra doncella en este mundo,
A la infeliz doncella se la roba.
Ese señor de plácido semblante:
¡El interés, que tanto nos halaga!
¡El interés, del mundo el atractivo!
Este mundo, de suyo equilibrado
En superficie horizontal, resbala
En recta dirección; pero ese impulso,
Ese atractivo infame, esa tendencia’,
Ese interés, a abandonar le obliga
Su marcha regular, su fin marcado,
Su camino, propósito y objeto.
Y ese propio interés, ese atractivo,
Tercero vil y zurcidor infame,
Solicitante voz, surgió de pronto
Impresionando a la inconstante Francia
Y la apartó de su presente objeto,
De persistir en una lucha honrosa
Para pactar vilmente torpes paces.
¿Y al interés por qué motivo acuso?
Porque no me sedujo todavía,
No porque yo la facultad tuviere
De conseguir tener cerrado el puño
Cuando sus dulces ángeles pretendan
Halagarme la palma de la mano.
Por eso yo con mano aun no probada,
Cual mendigo infeliz al rico acuse.
Pues bien; mientras que yo mendigo fuere
Lo acusaré y diré que no hay pecado
Mayor que rico ser; y siendo rico,
Será virtud en mi decir entonces
Que es el vicio más grande la indigencia.
Pues que hay reyes que acallan su conciencia
Dándole al interés la preferencia,
Mi dios debe de ser mi conveniencia. (sale)