Acto V, Escena III - Volumnia y Coriolano. 

VOLUMNIA: ¡Oh! Basta, basta. Habéis dicho que no nos concederéis nada; pues nada tenemos que pedir sino lo que negáis de antemano. Sólo pedimos ahora que, si rehusáis nuestra demanda, atribúyase luego toda la culpa a vuestra dureza. Oídnos, pues. […] Si permaneciéramos en silencio, sin decir una sola palabra, bastaría nuestro aspecto para revelar qué vida hemos llevado desde tu destierro. Reflexiona en tu conciencia cuánto más desgraciadas somos que todas las mujeres, al venir aquí; pues cuando tu vista debía llenar nuestros ojos con lágrimas de alegría y conmover de júbilo y consuelo nuestros corazones, nos obliga a gemir y a estremecernos de temor y de pesar, haciendo que la madre, la esposa y el hijo vean al hijo, esposo y padre, desgarrar las entrañas de su patria. Y tu enemistad es para nosotras, ¡desgraciadas! de la más inexplicable trascendencia; porque nos impides hasta el consuelo de orar a los dioses, consuelo que todos pueden gozar; pues ¡ay! ¿cómo podremos rogar por la patria, que es tan sagrado deber, y rogar por tu victoria, que es también deber nuestro? ¡Ah! Hemos de perder a la patria que nos crio, 0á ti que eres nuestro apoyo en la patria. Quien quiera que triunfe, la calamidad pesará sobre nosotras; porque tendremos que verte conducido en prisiones como extranjero y malhechor por las calles de Roma, o pasearte triunfante sobre las ruinas de la patria, habiendo derramado la sangre de tu esposa y de tus hijos. En cuanto a mí, hijo mío, no me propongo esperar el fin de esta guerra. Si no puedo persuadirte a que muestres tu noble  magnanimidad a ambos partidos, apenas habrás dado el primer paso en el asalto de tu país, cuando hollarás (puedes estar seguro de ello) el seno de esta madre que te trajo al mundo.